Los bufones son aquellos personajes que han perdido su sociabilidad y sus buenas maneras y que, desde una acidez visceral, se burlan de todo y de todos.
El placer de los bufones es transgredir y denunciar. Se burlan del poder, de la ciencia, de la religión, de la vida, de la muerte, de la política, de la televisión, del hambre, de la guerra, de lo absurdo de las relaciones humanas, de sí mismos, del público… de todo. Ponen al descubierto el motor de cómo y por qué funcionan las cosas. Vienen de otra parte: del misterio, de la noche, de mundos fantásticos.
Cada bufón se compone a partir de un trabajo de deformaciones corporales, que colaboran con el florecimiento de sus costados monstruosos y antisociales.
El bufón y el clown son diferentes y se complementan. El clown cree en todo, mientras que el bufón no cree en nada. El clown es un tonto y el bufón tiene una inteligencia profunda: es sagaz, suspicaz, ofensivo.
El único límite del bufón es salvar su pellejo. Cuando siente que peligra, pide perdón y engaña a la sociedad hasta demostrar que ha vuelto a la cordura, para luego, pasado el peligro, volver a la carga. Trabajar el bufón permite encontrarse y jugar con el monstruo que llevamos dentro.
El trabajo se desarrolla sobre el bufón en tanto individualidad y sobre el grupo de bufones que constituyen un clan.
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